Los maestros de la guerra le habían enseñado sobre la trampa geográfica. De pie, a la orilla del mar, Moisés reflexionaba sobre lo que Dios le había revelado un día antes. Ahora, se encontraba a merced del ejército del faraón. Una fácil presa, encerrada entre las aguas y el desierto. Mientras una brisa de aire seco acariciaba aquella barba añeja, la superficie del Mar Rojo comenzaba a bambolearse ante sus ojos. Un olor a muerte rodeó el ambiente. Mirando hacia el campamento de sus perseguidores exclamó: ¡Prepárense para marchar!
Simplemente estamos atrapados. Rodeados por un círculo de fuego. Prisioneros entre el norte y el sur. Ahora la pandemia ha manifestado su verdadero poder. A lo mejor pensamos que nada pasaría ¡Craso error! En pleno ascenso de la curva de infectados, los diputados se muestran dubitativos, ante la votación por la ley de emergencia nacional. Liberar el cerco, para exponer masivamente a una enorme fracción de ciudadanos ¡Gran estrategia! Esperemos a ver qué sucede con la curva de infectados.
Un país acostumbrado a lidiar con desgracias naturales como ?el fenómeno del Niño? y los terremotos, pero nunca contra una pandemia. Un simple virus que mide unas pocas micras de tamaño y que con su pequeñez nos demuestra la grandeza de nuestros desaciertos. ¿Qué es lo que más valoramos? ¿O es que despreciamos la vida que Dios nos ha regalado? La muerte me ha visitado alguna vez y con solvencia puedo decir que cuando estás a punto de abandonar este mundo, entonces comprendes que lo material no tiene ni una pizca de importancia.
¿Qué pasará con la economía? ¿Pesa más que nuestras vidas? Durante mi niñez viví el hambre y la necesidad. Cuando no había nada que comer, la abuela me enviaba a comprar mortadela. La mitad de una tira y un pedazo de pan. Mi familia me enseño lo verdaderamente importante. El amor de los míos nunca me ha faltado y, de esa manera, siempre he sido feliz.
Ahora hemos aprendido lo trascendental que son los hombres y mujeres de blanco. Siempre sufriendo y pagando los costos de un sistema que les insulta y sacrifica sin piedad. Ahora, les niega un asiento en el bus o les rechaza en sus lugares de vivienda. Sin embargo, el virus no respeta estrato social, poder económico o político. Nada te defenderá y hasta que pierdas un ser querido te darás cuenta de que es necesario que levantes tu mano para permitir que otros vivan.
Hoy no es una columna para números. Ya nos daremos gusto contando las bajas y buscando culpables. No son los ministros, ni los políticos o los empresarios. El verdadero enemigo es la ambición, el egoísmo y la incapacidad de unirnos para defendernos de un enemigo común, el cual no tiene bandera política o estrato social.
Por lo tanto, hoy les imploro: toquen los tambores de guerra y pónganse de pie. Tomémonos de las manos y marchemos hacia la batalla. Olvidemos por un momento las diferencias que nos separan. Ricos, pobres, políticos, gobernantes y pueblo, necesitamos salir con vida de esta afrenta. El virus, como un felino desgarrador, nos sigue alertando que el tiempo se acorta y que debemos actuar pronto. De lo contrario, recibiremos una lección que quedará en el recuerdo, de lo que nunca fuimos y debimos ser.
Ante el asombro de los egipcios, las aguas se partieron. Mientras los hebreos cruzaban hasta la otra orilla, el ejército del faraón intentaba alcanzarles sin éxito. Atrapados entre el fango de aquel callejón sin salida, tuvieron que presenciar cuando las columnas de agua se precipitaban para ahogar su desmedido orgullo. Moisés nunca miró hacia atrás, Dios le había revelado que esto pasaría. A veces, la mejor estrategia de guerra no se encuentra en la mente de los hombres, sino en los corazones de los hombres y mujeres de fe. ¿Egipcios o hebreos? Nuestra conducta decidirá de qué lado del Mar Rojo estamos.